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Forastero en el tiempo. Parte I

Imagen futurista, de un relog de manecillas grande sale un rayo que destruye una máquina y al otro lado una persona camina por un vórtice con una luz al final.


(Protocolo 181-0) Parte I

18/04/1810

Era un poco pasada las once de la mañana del 18 de abril de 1.810, el día apretaba caluroso y con poca brisa. A pesar de ser tiempos agitados, una tensa calma cubría el ambiente.

El agente Antonio Marques sudaba de manera copiosa. Tembloroso aún, permanecía agachado, casi que agazapado mientras sus sentidos se reponían; ya al menos veía formas aunque un poco borrosas.  Con mano temblorosa buscó en el bolsillo de su cinturón la ampolla de Energive para luego beberla con apuro.  La medicina no tardó en hacer efecto y Antonio sintió que el alma le volvía al cuerpo. «¡Malditos viajes!», susurró y revisando a su alrededor, se levantó para correr tras una vereda donde podía ocultarse mejor de cualquier mirada indiscreta. Sin perder tiempo, se quitó su ropas y calzado así como el cinturón de Guardián lo más rápido que pudo y de su mochila de campaña sacó unas ropas antiguas: un pantalón ancho, al parecer de mezclilla, una camisa de algodón con pechera y colados en las mangas, un saco del mismo color del pantalón ajustado al cinto, medias, un lazo y unas botas marrones con la caña celosamente elaborada. Con movimientos hábiles se colocó todo aquello al tiempo que guardaba lo que se había quitado en la misma mochila excepto su arma, la cual ocultó entre sus nuevas ropas. Después de completar su fachada, sacó el transmisor vectorial y marcó las coordenadas de localización.

 Era un trabajo laborioso tomando en cuenta que no solo debía ingresar latitud y longitud sino además hora, fecha y el azimut interdimensional espacio tiempo. Con cierto fastidio ingresó todo y el aparato empezó a parpadear emitiendo un bip ahogado que incrementó de frecuencia mientras en la pantalla las coordenadas se triangulaban para luego dar paso a un resplandeciente mensaje de «conectado» en color naranja. 

De inmediato sonó una voz muy familiar para Antonio:

—Adelante Halcón 1, adelante… ¿me copias?

—Fuerte y claro,  Nido.  Estoy en el sector 0418 y son las 11.300 horas.  El viaje concluyó con éxito y sin manifestar efecto resorte ni desfase dimensional.

—Confirma tu ubicación tiempo dimensional y lectura cuadrática, Halcón 1.

—Confirmo Nido: Me encuentro en el día miércoles 18 del mes de abril del año 1.810, la lectura es 001011-F-01A00110. Sector 0418. Ciudad, Santiago de León de Caracas; país, Venezuela.

—Muy bien Halcón 1, ya sabes tu misión. Debes encontrar al agente Dukovis y neutralizarlo antes de que sabotee y altere los hechos históricos que están por ocurrir. Detener a los que le ayudan es opcional, tu principal misión es Dukovis... No es necesario que te diga el nivel de la misión, Halcón 1, ¿o sí…?

—¡Vamos, jefe! No es necesario el recordatorio, sé que estamos contra reloj y apenas tengo tiempo para encontrar a Dukovis, así que sus amigos tendrán que esperar… ¡Por cierto! Deberían incluir alguna bebida en la mochila de campaña, mira que estos viajes en el tiempo son de la patada y siempre producen una sed horrible.

—¡Deja el lloriqueo, Halcón 1! Además, sabes que los líquidos no pueden viajar interdimensionalmente sin que pierdan sus propiedades. La ampolla porque es un componente en fase presólida.

Antonio recordó las complicaciones de viajar en el espacio tiempo y se maldijo por haberse empeñado en ser un Guardián Elite. A estos los seleccionaban después de un estricto control y filtro; prácticamente son personas con habilidades por encima de lo normal y los guardianes eran los únicos capacitados para realizar dichas incursiones en el tiempo ya que necesitan de mejoras e implantes en su cuerpo para poder llevar a cabo tal acción.

Debido a que los líquidos no pueden hacer viajes interdimensionales sin perder sus propiedades físicas, esta situación resultaba un problema al principio ya que cualquier persona que viajara moría al descomponerse su sangre. Así que la forma de poder hacerlo era poniendo la sangre en un estado de «gel» e induciendo a un «paro cardíaco médico». La persona era lanzada de manera inmediata y al llegar a su destino,  los implantes y mejoras en su corazón la reanimaban  sacándola de ese estado de muerte transitorio.  De ahí los efectos secundarios al despertar del viaje y la ampolla Energive no era más que un nanopaquete médico para restablecer a la brevedad los valores del viajero, ya que «además contiene vitaminas y minerales»… por supuesto esto último lo decían en tono de broma algunos Guardianes remedando el comercial de un famoso alimento. Cada Guardián tenía un número máximo de misiones o «viajes» que podía realizar sin poner en severo riesgo su vida y en el caso de Antonio solo le quedaban tres misiones más para retirarse a una tranquila vida administrativa.  Su jefe, el Coronel Elder Bracamonte, ya le había ofrecido un puesto de supervisor de Operaciones Tácticas.

—Procedo entonces a la activación del Protocolo 181-0, Nido. ¡Cambio y fuera! anunció Antonio cerrando la transmisión.

Apenas el aparato se desconectó, Antonio activó el escáner telemétrico y empezó a barrer la zona para tener una lectura del perímetro y sus alrededores así como de los seres vivientes que se encontraban en un radio de tres kilómetros. Él sabía que no sería difícil ubicar a Dukovis por los efectos del viaje, ya que la alteración sanguínea duraba hasta dos meses en desaparecer y el escáner mostraría dicha anomalía con un ícono color fucsia bastante chillón.

 Antonio había tenido oportunidad de conocerlo antes de todo esto. No era la primera vez que él lo atrapaba, pero las influencias de Dukovis lo habían ayudado a salir de prisión después de una muy breve estadía.  Dukovis  Olaizola era un agente especial de origen vasco del grupo RDF (Renacimiento del Fénix), una celda político terrorista que trabajaba encubierta para la facción política del  Partido Totalitarista Vasco, que era parte del parlamento. Esta facción trataba de tomar ventaja de la histórica crisis de la monarquía española (ocurrida entre los años 1.808 y 1.810) y buscaba, entre otras cosas, sabotear e impedir  la gesta independentista venezolana y modificar los hechos de manera tal que Venezuela continuara siendo una colonia Española para así mantener el control del petróleo y sus riquezas. Por ello Antonio debía dar con el paradero de Dukovis ya que los datos de inteligencia indicaban que este asesinaría y trataría de suplantar la identidad del presbítero canónigo José Cortés de Madariaga con el objetivo de desvirtuar el papel que tuvo este sacerdote en la decisión del entonces Gobernador y Capitán General, Vicente Emparan.

Después de realizar el escaneo tomó una cápsula de ubicación, la activó  y la metió en la mochila la cual ocultó entre la maleza y unas piedras. Esta capsulita lo ayudaría después a encontrar el escondite. Los equipos los disimuló entre los bolsillos especiales que tenía su vestimenta y luego, con paso despreocupado, se encaminó a la ciudad de Caracas.

Al  llegar pudo ver las hermosas y regias casas de techos de lajas rojas que se levantaban en la calle principal cerca de la manzana central, más allá pudo divisar la Catedral de la ciudad y al otro lado de la Plaza Mayor, una imponente estructura neoclásica  que bien podía ser el Cabildo.

Como la sed lo estaba volviendo loco, apuró el paso hacia una taberna la cual se veía muy animada. Adentro las personas  conversaban y discutían sobre diferentes temas, siendo en especial el plato fuerte, lo referente a las acciones políticas y manifestaciones que se estaban llevado a cabo por la necesidad de un cambio en las riendas del gobierno debido a la disolución de la Junta Suprema de España (que le había dado el nombramiento a Emparan) y la renuncia del Rey Fernando VII.

Antonio se acercó a la barra y con un gesto amigable saludó al tabernero quien lo veía de forma fija y escrutadora. Este por fin se acercó al forastero y le lanzó una media sonrisa para luego retomar su expresión ceñuda. 

—¡Amigo, buen día…! Tenga la amabilidad de darme un gran vaso de agua y una cerveza, por favor…

—El agua es gratis, los regalos de Dios no se cobran… ¡Pero la cerveza es creación del hombre e hija de la tentación!, así que esa sí tiene un costo pa´ usté, mi Don…

—Claro, entiendo… Por cierto, ¿usted no sabrá donde podría hospedarme por esta noche? Estoy de viaje y mañana continuo camino.

El tabernero le dio una mirada de arriba abajo, se sacudió la nariz y con gesto amable le dijo:

—En la parte de atrás hay una pensión que podría utilizar mi Don. Vaya allá y pregunte por María Teresa. Dígale que yo lo recomendé. Usté se ve una persona de bien y yo nunca me equivoco cuando le echo el ojo a alguien.

Antonio apuró la jarra de agua que el tabernero le obsequió y después saboreó con tranquilidad su cerveza, sin embargo, sus sagaces ojos no dejaban de revisar hasta el más mínimo detalle de lo que pasaba. Con disimulo sacó el escáner y verificó que ningún punto fucsia estuviese en la pantalla.

Después de pagarle al tabernero, se levantó dirigiéndose al hospedaje que éste le recomendara, rodeando para ello la  taberna por la parte de afuera.  Al llegar tocó la puerta y esperó.  Luego de un instante, una dulce voz preguntó desde adentro: «¿Quién va…?»

Antonio con ademán tranquilo respondió: «¡Hombre de bien!, me envía el tabernero»… tras lo cual  la ancha y pesada puerta se abrió con un rechinido ruidoso, permitiendo entonces admirar la bella visión tras el umbral; una encantadora y linda joven de tez blanca, cabellos negros y de mirada hechizante… una mirada que a él se le antojó clara como agua de tinaja y llena de ternura.

—El tabernero es mi padre —comentó  la chica un tanto azorada y ruborizada por el modo en que el forastero la miraba, con la quijada casi llegándole al suelo mientras soltaba un hilillo de baba. Luego, recuperando su sonrisa, agregó—. Y si os recomendó es porque debéis ser caballero de bien. Venga, pase… —y acto seguido se apartó para permitirle el paso a Antonio que solo balbuceaba tonterías sin sentido y se movía cual autómata.

Con algo de dificultad y un tanto apenado, el forastero trató de recuperar la compostura para no quedar como un baboso, pero le resultaba difícil poder contemplar a aquella hermosa chica sin suspirar y sin poner cara de tarugo. Finalmente, después de acordar el pago y la hora de llegada y de llevarse un pilón por delante y de estamparse en la nariz una maceta colgante de claveles (mientras la chica soltaba, divertida, una risilla), nuestro… ejem, «galán», se dirigió a la plaza con paso apresurado. El tiempo iba pasando y necesitaba encontrar a Dukovis.

Aparentando que hacía algo miró el escáner y con sorpresa vio un punto fucsia moviéndose a trescientos metros de él. Se encaminó hacia el lugar dándole miradas furtivas al aparato y divisó a la persona que se movía. No era Dukovis, pero seguro lo llevaría hasta donde él estaba. «¿Cuántos viajeros del RDF habrían venido para llevar a cabo sus locos planes? ¿Con cuántos secuaces contaría Dukovis?» Estas preguntas rondaban la cabeza del Guardián mientras seguía con disimulo al sospechoso.  El hombre caminaba con paso rápido y después de terminar una calle dobló y se lanzó por un callejón más angosto y algo oscuro. Antonio metió la mano entre sus ropas y palpó la cacha de su arma. Continuó caminando y de pronto notó que algo no andaba bien. Corrió hacia la boca del callejón donde instantes antes entrara la persona y no vio a nadie. Revisó preocupado el escáner y no había rastro del hombre, era como si la tierra de lo hubiese tragado.  Antonio decidió entrar al callejón y sacó su arma mientras caminaba con cautela, de pronto sintió un ruido a sus espaldas y giro rápido para encontrarse con dos armas que lo apuntaban.

—¡Agente, cuanto gusto! Adivine… ¡somos el comité de bienvenida! —graznó el más alto en tono burlón mientras una mueca algo parecida a una sonrisa desdibujaba las sombras de su cara. El otro solo atinó a emitir una risa estúpida

—¿Quiénes son ustedes y qué desean? —indagó Antonio con voz pausada pero firme.

—¿Acaso no se lo acabo de decir, pues? —el hombre más alto se rascó la cabeza pensativo mientras se dirigía a su compañero—. Pirulo, ¿verdad que sí se lo dije?

El otro hizo un gesto dando a entender que sí. El hombre más alto miró con dureza a Antonio.

—¿No le dije que somos el comité de bienvenida? ¿Ah? ¿Está sordo usted? —el hombretón avanzó amenazante—. Y le voy a pedir que con mucho cuidado saque su mano de la chaqueta y me entregue su arma… usted sabe, no se permiten armas de tecnología avanzada en el pasado. ¿Usted se imagina lo que pasaría si una persona de esta época se topa con una? ¡Uuuff, malo, malo! —y de nuevo asomó la mueca en forma de sonrisa.

El rufián no dejaba de tener razón, casos como tarro de Dorchester, las calaveras de cristal de cuarzo y el reloj suizo en forma de anillo encontrado en la tumba de Shangsi, entre otros, se debieron a errores cometidos por viajeros cuando los protocolos aún estaban recientes y no se habían perfeccionado. Antonio no se movió por un instante, estaba claro que fue tomado por sorpresa y que alguien informó de su visita a esa época de la historia… había sido delatado. Era obvio que la persona que él siguió solo fue el señuelo para conducirlo hasta esa trampa.  Los segundos se convirtieron en horas. Su cerebro dopado de adrenalina trabajaba a mil por minuto.

—Está bien, tonto… ¿deseas esto? —y uniendo la acción a la palabra, Antonio le lanzó al hombre más alto el escáner  tomándolo desprevenido por lo que por un instante dejó de apuntarlo lo cual aprovechó, en fracciones de segundos, para golpear el arma del otro hombre desviando el disparo  que este hizo, apenas a unos pocos centímetros de su hombro. De inmediato Antonio lo agarró de la muñeca y giró para tomarlo del cuello, a la vez que le dirigía la mano con el arma apuntando al compañero más alto en el movimiento y un segundo disparo, más por instinto del hombre atrapado que por decisión propia, puso fuera de combate al que parecía ser el jefe. Antonio aprovechando la nueva ventaja, terminó de someter al que tenía sujetado y lo desarmó con dos golpes certeros. Valió más su instinto y su entrenamiento que el razonamiento que pudo haber tenido para aquella situación desventajosa.

Con una rápida maniobra sacó su arma y lanzó un segundo disparo al hombre más alto, que aun herido, intentaba moverse para recuperar la suya, liquidándolo en el acto y luego apuntó hacia la cara del más bajo mientras colocaba la rodilla sobre la ingle de este afincando todo su peso en los testículos, mientras el hombre se quejaba respirando con dificultad. Luego lo tomó de los cabellos y levantó su rostro.

—Bien amigo… eeeh, ¿Pirulo era el asunto?, creo que se acabó la fiesta de bienvenida y ahora me dirás quien los envió y cuáles eran sus órdenes... ¡Habla! —y empezó a zarandear la cabeza del hombre más bajo. 

—¡Aaahh, no sééé, nooo sééé! ¡No seas tan bestiaaa! Noso… nosotros debíamos… matarte, esa era la orden, pero no sé quién la dio… porque mi compañero fue… fue el que hizo el contacto… ¡y tú lo mataste, soldadito...! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Mataste al que podía… podía darte más información, señor inteligencia, ja, ja, ja, ja, ja!

Antonio se levantó sin dejar de apuntar y miró hacia los lados. El callejón seguía tan vacío y semioscuro como en un principio.

—Lo siento, entonces no me sirves y como sabes, no se pueden dejar evidencias —y mientras decía esto graduó su arma al máximo y disparó al hombre desintegrándolo de forma súbita. Luego hizo lo mismo con el otro cuerpo desapareciendo así a ambos. Era una regla de los Guardianes. Si un prisionero no representaba  importancia vital o táctica, era desintegrado para poder mantener el evento espacio tiempo libre de toda interferencia y evidencias de viajes. No podía permitírsele a nadie alterar los eventos de la historia humana.

El forastero desintegró también las armas de los bandidos y levantó su escáner del piso. «¡Vaya qué bien! Lo que me faltaba… ¡Se estropeó!», pensó con rabia mientras revisaba el aparato. Con la caída, el escáner estaba incapacitado para mostrar personas con alteraciones sanguíneas pero todavía mostraba los cuerpos  que se movían dentro de un radio señalando sus emisiones de calor.

Sacó su transmisor y activó la comunicación

—Acá Halcón 1 ¡Adelante Nido! ¿Me copian?

—Te copio Halcón 1, acá Nido… ¡Reporta!

—He sido atacado por dos sujetos que tenían órdenes de liquidarme, señor. No pude obtener datos de quien los contrató pero eran viajeros. Ya activé el protocolo de limpieza pero, ¡esto es grave señor! ¡Alguien dejó escapar información sobre la misión y ya saben que estoy acá y que busco detener el sabotaje! … ¡Coronel, tenemos un espía dentro de la organización!


—¿Cómo? ¡¿Pero cómo es posible…?! Bien, Halcón 1, escúchame... Debes tener cuidado y darte prisa en detener a Dukovis, debes hacerlo cueste lo que cueste. Yo iniciaré una investigación acá a ver cómo diablos se fugó información con este nivel. Pero ten cuidado. Estás rodeado de enemigos y estás solo. No puedo enviarte refuerzos, Halcón 1.

—¡Cuente con eso señor! Halcón 1 fuera…


Antonio sabía que ahora estaba en una carrera contra reloj, no solamente con los eventos históricos que se encontraban bajo amenaza, sino también con su vida y tenía que darse prisa en encontrar a Dukovis, pero, ¿cómo? Ahora el escáner estaba estropeado… No podía hacer mucho quedándose ahí pensativo, así que se dirigió a la Catedral de Caracas para ver si podía obtener algo más de información.


Continuará...


Forastero en el tiempo (Protocolo 181-0) - CC by-nc-nd 4.0 - A. Gaudionlux 

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