Imagen: Juan Lovera - El tumulto del 19 de abril de 1810 |
(Protocolo 181-0) Parte II (Final)
Era miércoles santo, así que la Catedral estaba llena de feligreses.
Antonio después de entrar y dar un vistazo general, se colocó en el pasillo de
la nave izquierda y aguardó a que terminaran los oficios. Una vez culminada la ceremonia, los
asistentes empezaron a abandonar el templo poco a poco llenando el ambiente de
murmullos apagados. El forastero aprovechó para abordar al sacristán y
preguntarle por el presbítero José Cortés de Madariaga, pero el joven le informó
que tenía días sin verle porque probablemente se encontraba de viaje pero le
aseguró que para las festividades de mañana jueves santo si estaría presente.
Antonio se preocupó más y empezó a temer lo peor en relación al sacerdote. Se
le ocurrió algo, así que mientras disimulaba se escurrió entre la gente y se
dirigió a una de las entradas laterales del pasillo. Una vez dentro, tomó una
de las velas de un gran candelabro que lo iluminaba y sacó el escáner, lo miró
y decidió avanzar hasta el fondo del pasillo donde había una puerta la cual
estaba abierta. Al penetrar se encontró
en una sala con dos puertas. Revisó el escáner y notó algo extraño detrás de la
puerta derecha, así que se dirigió a ella y la abrió. La puerta daba a unas
escaleras que conducían a las catacumbas. El escáner mostraba algo… esos
hipogeos sepulcros eran la morada final de los sacerdotes que hacían vida en la
catedral, pero de acuerdo a las datas de las muertes registradas, el equipo
indicaba algo que no concordaba. Antonio bajó con cuidado los escalones
tallados en piedra y se dirigió a una de las tumbas cuya lectura se leía
errática ya que debería estar vacía. Se las apañó graduando su arma para
debilitar la estructura molecular de la lápida que tapaba la fosa y luego, con
un fuerte puñetazo, terminó de romperla.
Se acercó a la abertura pero se vio forzado
a retirar el rostro de la entrada tapándose la nariz, un olor nauseabundo salió
por el ancho agujero impregnado el ambiente de fetidez y muerte. Acercó la vela a la entrada y pasó la
llama varias veces, la cual se encogía y se acrecentaba chisporroteando. Luego
se colocó los finos guantes de cuero y con cierta repulsión empezó a tantear
dentro del oscuro agujero… en efecto había algo, un bulto. Con dificultad lo
haló hasta sacarlo por completo. El bulto cayó pesada y macabramente con un
sonido seco y pastoso. Con prisa empezó a desenvolver aquellos trapos y mortaja
hasta dejar al descubierto un cuerpo hinchado y seroso que parecía tener unos
cinco días en descomposición. Acercó el escáner y practicó un reconocimiento de
patrones antropomórficos y miró el resultado, no cabía duda. ¡Era el presbítero
José Cortés de Madariaga!
Antonio se levantó espantado y trastabilló
al hacerlo. ¡El padre Madariaga había sido asesinado!, no cabía la menor duda
que por Dukovis, así que este ya debía haber suplantado su identidad, ¡no había
tiempo que perder!
Corrió hacia la puerta y justo al cruzarla
se topó de frente con un sacerdote, casi que chocaban. Este al mirarlo sonrió.
Antonio se quedó perplejo por un instante, no conocía a aquel personaje pero el
sacerdote sí parecía conocerlo a él.
Instintivamente buscó sacar su arma, pero el clérigo continuaba sonriéndole,
incluso con gestos apacibles le decía que se calmara. Miles de ideas se
cruzaron por la mente de Antonio, aquel cura debería explicar muchas cosas, o
tal vez no sabía nada, pero, ¿por qué le parecía que él le conocía? Nada estaba
claro, ya iba sacar el arma, pero no pudo, sintió algo en su cabeza, como si un
peso lo aplastara de manera lenta… sí, todo se iba tornando lento, un rayo
cruzó su vista, la cara del sacerdote se desvanecía, se hacía pequeña, todo
seguía en ese matiz de cámara lenta y solo podía ver la sonrisa amable del
cura, una sonrisa que poco a poco se convertía en una mueca horrible, una mueca
de muerte… y luego en oscuridad.
19/04/1810
Cuando Antonio despertó sentía que todo le
daba vueltas. Un punzante dolor le oprimía el cerebro o más adentro aun, no
sabía, pero si sabía que sentía la cabeza como un balón de futbol. Trató de
incorporarse, pero una voz suave y dulce lo detuvo al mismo tiempo que unas
manos menudas lo obligaban a permanecer acostado. Era María Teresa y al parecer
se encontraba en la posada.
—¿Có… cómo llegué hasta aquí? ¿Qué me
sucedió? —trató de indagar el forastero algo confundido.
—Trate de no hablar mucho, señor, tiene una
herida de cuidado, pero gracias a Dios está vivo, parece que recibió una caída
de muy alto. ¿No recuerda nada? Solo descanse y en unos días estará bien
—respondió María Teresa con dulzura.
—Pe… pero… ¿qué me sucedió?
Ella le explicó que una persona que limpiaba
en la Catedral lo había conseguido al final de unas escaleras que daban al
campanario, por lo que pensó que había sufrido una mortal caída desde ahí
arriba ya que tenía una herida muy fea en la cabeza, pero al acercarse para
revisarlo se dio cuenta de que aún vivía, lo cual fue un verdadero milagro de
Dios por haberle permitido sobrevivir a semejante accidente… claro, ellos
desconocían los implantes y mejoras que llevaba Antonio en su cuerpo... Luego
la persona corrió a avisar pidiendo auxilio.
Después que lo revisara un doctor, María
Teresa fue llamada porque es dama voluntaria en la Catedral para atender a los enfermos
y leprosos y al reconocerlo, pidió que lo movieran a la posada para darle los
cuidados necesarios debido a lo mal herido que se encontraba.
Antonio empezó a recordar con dolor lo
último que le había pasado, su encuentro con aquel sacerdote, el peso que
sintió en su cabeza y luego como todo se desleía en un lento océano negro. No
pudo precisar si su herida fue a causa de que lo golpearan con fuerza en la
cabeza o porque en verdad lo lanzaron desde lo alto del campanario, pero obviamente que cualquiera de los dos
casos hubiese sido suficiente para matar a una persona normal, él se había
salvado porque era un Guardián con
implantes.
—¿Qué fecha es hoy? —preguntó todavía un
poco aturdido.
—Es jueves santo señor, diecinueve de abril… son las ocho de la
mañana, ha estado inconsciente por más de catorce horas…
Antonio al escuchar aquello saltó de la cama
pero María Teresa lo detuvo en el acto.
—¡Señor, pero…! ¿Qué hace? ¡No ve que usted
recibió un golpe muy fuerte con esa caída! ¿No recuerda nada? Su estado es
delicado, debe guardar reposo…
A pesar de ser una chica delicada y de manos
suaves, María Teresa era bastante hábil, firme y parecía un muro inexpugnable.
Era obvio que no iba a dejar que se levantara por lo que al Guardián, al no poder hacerla a un lado,
no le quedó de otra que aceptar la cálida prisión femenina y quedarse
acostado.
—Se… señorita. Usted no entiende, debo hacer
algo… algo muy importante… ¡muchas cosas y muchas vidas dependen de ello!
—¿Qué puede ser más importante que la salud
para que usted insista en levantarse en esas condiciones, señor?
—¡María, por favor, ayúdeme, se lo suplico!
¿Cree que si no fuese sumamente importante, yo insistiría en levantarme en las
condiciones en las que estoy? Ayúdeme a levantarme, por favor…
María Teresa no entendía a qué se refería el
forastero quien continuó instando a que lo dejara levantarse indicando que se
trataba de un asunto de vida o muerte, ella no estaba del todo convencida pero
a la final dejó que se levantara, después de todo aquel hombre debía traerse
algo muy serio entre manos para con todo y lo malherido que se encontraba,
insistiera de esa manera. Antonio se vistió con la ayuda de ella y se colocó un
sombrero que le prestó la joven, el cual le quedaba algo ajustado por el vendaje
en la cabeza. Esto lo hizo para poder disimular el vendaje y no por ostentación
en sí porque aquel demoníaco accesorio, que se encajaba implacable sobre su
cráneo, más bien le acrecentaba el dolor. Salió disparado hacia la Plaza Mayor,
no había casi tiempo y la misión se iría al caño si no hacía algo, ¿pero qué?
No tenía armas ni nada, todo se lo habían quitado cuando lo atacaron por la
espalda... Ya la gente estaba reunida en la plaza frente al balcón del cabildo,
donde tenía rato llevándose a cabo la importante reunión que daría paso a los
hechos históricos del 19 de abril de 1.810.
Antonio pudo ser testigo ocular de cómo el
Capitán General Emparan se dirigía hacia la catedral y Francisco Salias lo
detenía por el brazo. No alcanzó a oír lo que Salias le dijo a Emparan pero la
muchedumbre empezó a celebrarlo, por lo que dedujo que tal vez ya Francisco
había emplazado al Capitán General a volver al Cabildo de acuerdo a lo que
contaba la historia. Los soldados que escoltaban al Gobernador trataron entonces
de arrestar a Salias pero el Capitán Luis de Ponte no
permitió que ningún oficial ni soldado actuara. Antonio concluyó que esa
actitud del Capitán Luis de Ponte era motivada porque a lo mejor seguía instrucciones del Inspector General Fernando Rodríguez del Toro,
uno de los comprometidos en la revuelta independentista. Todo aquello de
acuerdo a los registros históricos cuyo real desarrollo ahora Antonio podía
presenciar en primera fila. En eso, un oficial intervino aconsejándole a
Emparan que volviera al Cabildo. Antonio pudo reconocerlo, era el Alférez Real
Feliciano Palacios Blanco.
El tiempo se agotaba de forma vertiginosa. El forastero intentaba
mantener la cabeza fría a pesar de la angustia que lo atrapaba, en su mente se
atropellaban mil pensamientos mientras él trataba de poner orden y determinar
el curso de acción más efectivo a tomar. Sabía que el gobernador después de
aquello volvería al cabildo donde seguro ya estaba Dukovis haciéndose pasar por
el padre Madariaga.
Corrió hacia el Cabildo mientras la cabeza le punzaba y le latía, además
también le dolían la espalda y las costillas. Llegó a la estructura neoclásica
por una de las paredes laterales y rodeó hacia la parte trasera, donde
consiguió una puerta por la cual pudo escabullirse. Solo le quedaba una sola
cosa por hacer y eso se convirtió en su plan «A» de tres pasos:
1) Interceptar
a Dukovis antes de que se reuniera con Emparan.
2) Neutralizar a Dukovis para quitarle el
dispositivo morfologizador y utilizarlo en sí mismo para asumir él la identidad
del canónigo asesinado.
3) Ya una vez asumida la identidad del padre
Madariaga, ir a la reunión y hacer la
famosa señal con la cual obligan a Emparan a renunciar al mando… ¡Listo!
Sonaba a un plan sencillo… no, sencillo no, lo que aquello en verdad
sonaba era a un plan demente, pero no podía darse el lujo de pensar en algo más
elaborado y sensato y lo que estaba en juego no solo era un hecho histórico,
era algo que se escapaba de todo pronóstico… Y el plan «B» era… bueno, era que
no hubiese un plan «B», por eso mismo el plan «A» tenía que funcionar a como
diera lugar y no podía permitirse fallar si quería detener aquella oscura
conspiración, pero no tenía tiempo que perder, así que a pesar de que los pies
le pesaban como yunques y que la cabeza parecía estallarle en mil pedazos,
jadeante, Antonio se encaminó por un pasillo y tomó unas escaleras para buscar
la sala principal donde la junta estaba reunida en sesión extraordinaria. Algunas personas, seguramente de la
servidumbre, lo miraban extrañados cuando pasaba frente a ellos. Ya casi
renqueando de un pie, pudo escuchar la algarabía y las voces de la sala donde
se llevaba a cabo el cabildo. Como pudo apuró el paso, ya no aguantaba la
cabeza por lo que con un gesto desesperado se quitó el sombrero lanzándolo
lejos de sí, dejando al descubierto un vendaje con una gran mancha de sangre
por el lado derecho del cráneo. Se
detuvo casi sin aire en la puerta que daba a la sala y entró sosteniéndose del
marco para mirar mejor. Los cabildantes estaban tan enfrascados en la discusión
política que nadie se percató de su presencia. Antonio con ojos desorbitados
busco al padre Madariaga, ya sentía que la vista le fallaba y también las
piernas.
En eso, uno de los participantes en el debate alzo su voz y propuso que
el propio Emparan presidiera la junta que estaba por formarse, ante lo cual
otra voz salió en respuesta. Antonio miró en la dirección de aquella voz y allí
lo vio, justo al lado del abogado y
diputado del pueblo Juan Germán Roscio. Allí estaba el padre Madariaga… o mejor
dicho, ¡el maldito de Dukovis!
Tragando una saliva espesa y amarga, Antonio presintió que todo estaba
comenzando a perderse, que la misión fracasaría rotunda y que Dukovis se
saldría con la suya. La sangre le latía en las sienes y el corazón empezó a
querer estallarle del desespero. Todo su cuerpo se tensó y más cuando vio al
sacerdote dirigirse hacia el gobernador Emparan. Su cerebro no atinaba a nada,
el entrenamiento de nada servía, solo había una cosa que podía hacer, aunque
aquello pusiera en riesgo todo, pero total… era eso o perder de forma
desastrosa sin hacer nada.
De manera instintiva y son pensarlo corrió hacia un guardia que estaba
custodiando el recinto parado en uno de los lados de la sala, la adrenalina que
estallaba en sus venas lo hizo ser veloz, en ese momento no sentía dolor, ni
pesadez, solo el punzante llamado del deber… un llamado desesperado. En una maniobra propia de una película,
Antonio puso fuera de combate al sorprendido soldado y aprovechó para tomar su
bayoneta. La gente no tuvo tiempo de reaccionar
sino cuando Antonio gritó que el sacerdote era un impostor. Al oír
aquello, Madariaga (o Dukovis) volteó y lo inquirió con una mirada fija,
penetrante… pero ya Antonio había lanzado, certero, la afilada arma hacia el
cura. El recinto entero explotó en gritos de sorpresa y confusión. La bayoneta
silbó, incrustándose limpia y con un sonido crepitante en el pecho del padre
que nunca dejó de mirar a Antonio, mientras una sonrisa burlona se atornillaba
en su grueso rostro. Los escoltas de Emparan rápidamente lo cubrieron para
protegerlo, mientras un oficial disparó su mosquete alcanzando a Antonio de
lleno en el pecho. La gente corría presa del pánico y del desconcierto sin
saber a dónde mientras otros se escondían debajo de las mesas. En aquel
frenético y delirante desorden, los soldados tomaron a Emparan y se lo
llevaron, mientras las personas afuera, apostadas debajo del balcón, se
preguntaban qué pasaba y se
arremolinaban para tratar de averiguar
algo. Antonio cayó al suelo en un charco de sangre, no sabía sin reír o llorar,
pero si sabía que todo había resultado en un desastre de proporciones épicas
que bien podría costar cambios drásticos en la historia. «¡Fracasé!», pensó. Y
a su mente nublada vino una imagen brumosa de su tranquilo retiro
administrativo, tomándose un vino con el Coronel Elder… pero aquello al parecer nunca llegaría, ahora
lo que tenía en la boca era un sabor a sangre, a metal y lo último que pudo ver
fue la cara desencajada de Madariaga, también en el suelo, sonriéndole con
cinismo, como en una burla póstuma de despedida.
29/06/2.304
En el Cuartel Táctico de Operaciones Interdimensionales y Temporales, el
Canciller Rodolfo Díaz, esperaba sentado en una cómoda sala. El reloj
holográfico marcaba las 9 de la mañana del 29 de junio del año 2.304. En eso,
su café fue interrumpido por un comité que entró al recinto.
Después de la reunión, el Canciller Rodolfo se quedó a solas con el
Coronel Elder Bracamonte. El Coronel apuró lo que quedaba en su tasa e invitó
al Canciller a salir. Caminaban por el corredor que daba salida al exterior,
donde una nave esperaba al Canciller. El Coronel le entregó un maletín y le dio
la mano.
—Al parecer, Coronel Elder, las cosas no salieron bien en el caso
19-1810.
—No como esperábamos Canciller, no pudimos asesinar al gobernador Emparan
para luego acusar a la junta patriótica, pero a pesar de todo las cosas no nos
resultaron mal del todo. No se llevó a cabo la gesta independentista en la
fecha que pautaba la historia lo cual retrasó ese proceso y todavía tenemos
infiltrados trabajando en esa fecha para lograr nuestros objetivos.
—¿Y Dukovis...?
—Él se encuentra en una misión especial en los Estado Unidos. Fue bueno
hacer creer que iba a suplantar a aquel sacerdote y que murió haciéndolo,
porque así ahora puede moverse con más clandestinidad.
—¡Excelente Coronel! Su trabajo dentro del RDF nos ha sido muy útil y a
usted se le considera un héroe y un patriota…
—¡Muchas gracias Canciller! Pero solo cumplo con mi deber… ¡El deber que
tengo con mi patria y mi gente!
—Y… ¿qué paso por fin con el agente
0719?
—No se preocupe... Halcón 1 está siendo trasladado a una base secreta.
Está vivo gracias a los implantes y pudo ser extraído sin que nadie supiera lo
que ocurrió en realidad ya que todos piensan que la misión fracasó por su
culpa. Y ante el Concejo quedamos bien porque lo pudimos traer de vuelta y
cumplimos con el protocolo, pero por lo que sucedió en la misión quedará
inhabilitado… y ahora nos ocuparemos de que nunca nadie vuelva a saber más de
él.
—Bien Coronel... ¡Un placer haberle saludado!
FIN
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